TIERRA JATE TIERRA NEGRA
-Por: Malicia Enjundia-
Sierra Madre Buritaca, Sierra Mía
Tierra Negra, Sierra Mía Tierra Jate, Tierra
Mía Java Sierra, Tierra de Mambe y
Poporo, Corazón del Sol hecho Jate, Fuerza de la Tierra hecha Java, canto de Río
y de Mar, Luna Marina, Isla de Palmera, Sierra Java, Sierra Jate,
Ruiseñora Sierra Negra, ¡Cuánto sueño contigo!
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Buritaca,
Sierra Nevada de Santa Marta, Colombia. Un río que desemboca en el mar. Río manso
y cristalino, piedras que guardan el secreto de los tiempos. Mar de arena
plateada, blanca espuma que baña, fuerte ola que sacude y arrebata.
Manzana
Ocho. Casa Quince. Una cerca de madera, un corredor con las cosas de un
carpintero, una casa humilde, un amplio patio de tierra. En su centro, Goksein, el sabio fuego abuelo de los Koguis,
arde día y noche, el Jate Jairo lo
alimenta con leña, lo cuida, le pregunta, escucha sus respuestas. Son las 8:30
de la noche del 24 de diciembre de 2015. En silencio y sentados sobre bancas de
madera, 4 Hippi Koguis mambean coca junto a un indígena Kogui y su pequeño hijo,
soban el Poporo, hablan con Goksein.
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Jate Dueiva Java Abueyo: Nuestro
corazón es tu altar
A
principios de los años 70´s, cuando las flores soplaron el poder de su aroma
sobre los espíritus hippies, Hernán
Sedano, Silfo Murillo y Jairo Vargas subieron a Taminaka, en la Sierra Nevada de Santa Marta. Allí murieron
los 3 hombres que venían de la ciudad, que se ponían zapatos, que se vestían
como los otros, que compraban la ropa y la comida, que vivían en casas de
cemento; sin saberlo, los aguardaba una
heredad, un territorio, una palabra, una dinastía indígena que “civilizó” sus espíritus, y los hizo guardieros y mensajeros del Padre Sol
y de la madre Tierra. Así nacieron los Hippie Koguis; empezaron a caminar
descalzos, renunciaron al tiempo acelerado de la urbe, meditaban. Los Mamos que
al principio los apartaron y les pidieron que se fueran, luego los adoptaron,
les enseñaron a construir sus casas, a sembrar su comida, a fabricar su ropa, a
tostar la hoja de coca a la que también llaman Jayo, a intercambiar el mambe
como señal de respeto siempre que dos hombres se encuentran, a tejer sus
mochilas, a hablar con el Fuego, a cuidar la naturaleza.
“En
la Sierra ocurre un intercambio de energías entre quien llega a recargarse y a
depositar. Se fluye como la sangre y quedamos quienes recibimos la heredad.
Somos herederos de los UAÍ, quienes hicieron una profecía que está dentro del
programa de la madre y de Dios.
Recibimos territorio y palabra, debemos activar el Meridiano Corazón”
El
Jate está vestido de blanco, los Koguis lo bautizaron Shukasá Yueiva Salabata, lleva
un gorro tejido, su mirada es transparente y apacible, las palabras que salen
de su boca son reveladoras, cree en Jesucristo redentor de los cristianos como
representación del Amor, cree en el Fuego abuelo de los Koguis, cree en la
abuela Mar, cree en el Río; traza un círculo de tiza en el patio, junto al
fuego, y desde ahí extiende sus manos para saludar a las estrellas.
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Colombianos,
franceses, suizos, holandeses y personas de muchas otras partes del mundo se
unieron a la familia Hippie Kogui de la Sierra, habían gnósticos, cristianos, krishnas,
y todos acudieron al llamado de la
montaña. Sembrar, recoger la cosecha, bendecir el alimento, cocinarlo,
alimentarse, doblar la cobija, tender la cama, barrer la maloca, fabricar la
propia ropa, atravesar el río, bañarse en él, ofrendar en el mar y mantener el fuego prendido para espantar a los
demonios, hasta que a partir del año 2000 la violencia paramilitar se apoderó
del territorio: “Cuando empezó el grupo de los que subimos éramos 138 personas.
Algunos se quedaron allá, otros sitios apenas se están reactivando, pues hubo
un destierro y la madre nos recomendó
que bajáramos, y si no haces caso vas
para afuera. Una gran parte del combo está en Palomino, Marquetalia, Don Diego,
Brasil, Francia… en todo caso, los territorios nuestros están protegidos por la
ley de la madre, nos los prestó fue a nosotros y no a ninguna otra tribu para
que trabajáramos Dios…”
Los
Hippi Koguis ya tienen tres generaciones y Tierra Negra es uno de los
territorios asignados a esos herederos de los UAÍ, el camino está frente a la
carretera principal a la que conduce la
salida de Buritaca. Es la parte baja de la Sierra, por mucho tiempo los
monocultivos y el conflicto armado hicieron de ella un territorio infértil y
ensangrentado, hoy, el Jate Jairo y su hijo Itamar han iniciado un proyecto
para reforestarla, y garantizar que la humanidad que la habita y la que la
visita pueda seguir disfrutando del cristalino río Buritaca que la
atraviesa, de sus plantas curativas como
el bejuco, del canto de las aves como la Tangara, del sonido de su propio
corazón.
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La
involución de la mente humana invita a comunicarnos a través de teléfonos
inteligentes para que el humano cultive cada vez menos su propia inteligencia,
el humano sensible sospecha que esa es una incomunicación digital, y busca otras maneras para reconectar lo que
el capitalismo nos quitó y que las comunidades indígenas aún tienen: el poder
de hablar con la naturaleza. Al igual que sus maestros los Koguis, cada Hippi Kogui
mambea Jayo y tiene Poporo, un objeto hecho de calabazo llamado Sugui en lengua
indígena, que representa el sexo
del hombre y el de la mujer, identifica a
los mambeadores como cuidadores del planeta, los comunica con el Padre Sol y la madre
Naturaleza, los ayuda a concentrarse; aprendieron
a usarlo en la casa ceremonial Kogui.
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Itamar
tiene 40 años, es hijo del Jate Jairo y la Java Irma, llegó a los 3 años a la
Sierra, bajó a los 11, volvió a los 12 y se quedó hasta los 16; Itamar creció con los indígenas, lo aprendió
todo de ellos; el barro y las piedras
del río le orman en los pies descalzos, habla español y lengua Kogui, tiene el
pelo crespo, la piel color cobre, los ojos claros. Itamar entra al patio, trae
en su mochila las hojas de coca recién recogidas de la planta, las recolectaron
una bibliotecaria que está de paso y la cronista de esta historia. Itamar pone una piedra grande en el fuego, la
deja calentar, la extrae y la mete en la mochila, con una mano sostiene la boca
cerrada de la mochila, con la otra la coge por debajo, agarra la piedra y
empieza a girarla, de la mochila sale un humo denso, las 4 mujeres presentes
tocan maracas, durante una hora el humo sube hacia el cielo estrellado, Itamar
gira la piedra y cuenta, sus palabras también giran y se remontan al principio
de todo:
“En
un principio todo era agua, y el agua estaba en todo y el agua lo era todo. Era
el Mar y por eso los Koguis bajan a hacerle ofrendas al Mar con sus algodones
impregnados de semen. La madre era la que utilizaba el Poporo y les enseñaba a
los hijos cómo era todo en el mundo. Un día, uno de los hijos recibió el Poporo
mientras la madre le enseñaba a cocinar, y ahí se dieron cuenta que la mujer
era más femenina y el hombre más masculino. Desde ahí el Poporo se le entregó
al hombre para que trabajara su espiritualidad, y la mujer trabaja en la casa
para mantener la fertilidad”
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Son
las 10 de la mañana del 30 de diciembre de 2015. El Jate Jairo acomoda junto al fuego tablillas
de esterilla, encima pone un tendido de conchas de la especie Caracucha que la Java Irma, su compañera, ha
recogido de la playa. Tras poner varios tendidos de esterilla y conchas, les
prende fuego y pone un ventilador en una punta, el viento sobre las llamas hace
que la esterilla se consuma hacia un sentido hasta que queda en cenizas:
“Arriba
se hace a una hora determinada, cuando el viento sopla en un sentido preciso,
acá abajo toca usar estos artefactos de la civilización”
El
Jate sonríe mientras habla. Luego
empieza a extraer las conchas de entre las cenizas, están calientes, ya
no son cafés sino totalmente blancas. Las deposita en un cantero de barro, el
sol le recalienta la espalda, suda, cuando termina de recoger la Caracucha
hecha agua caliente dentro del cantero, lo tapa con un trapo, luego lo cuela,
las conchas se han pulverizado y convertido en Nugui, la cal con la que llenan
el hoyuelo del Poporo para extraerla de vez en cuando con la punta del zucalo
con que se soba el poporo, untar las hojas de coca mascadas, suavizarlas,
aflojar el jugo del Jayo y nutrir el cuerpo junto con la manteca de tabaco
llamada Nuey, que según cuenta su leyenda,
es una mujer cazadora a la que siempre le gustó escuchar lo que hablaban
los hombres y por eso la madre la echó en la mochila.
Mientras
cuela la cal, el Jate mira a sus visitantes y con la misma mirada apacible con
que los recibió, exclama: “Lo negativo es el diablo y lo positivo es Dios; la
tercera entidad soy yo que decido qué es cada cosa”.
¡Larga Vida a Tierra Negra, Portal del Corazón
Camino!
jejej malicia gracias por hablar y recordarme a los jates saludo especial al mio gilberto
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